Este cuento es muy apropiado para esta época de regalos y consumismo, para meditar sobre el afán de nuevas tecnologías y olvidarnos un poco de todos esos regalos humildes pero que hacen que trabaje nuestra imaginación, yo soy partidaria de esos regalos y no de los que te lo dan todo hecho, tenemos que potenciar las ideas, dejar volar la imaginación.
En un bazar muy grande todo lleno de juguetes, vivía por que así se podría decir por los años que en él estaba, un viejo payaso que tocaba el tambor.
Todos los años veía pasar por delante de él a grandes juguetes, trenes preciosos, muñecas que todo lo hacen, juegos interactivos, etc.
Cada año por Navidad pensaba que también a él le tocaría alegrar la carita de algún niño y cada año se veía desplazado por los juguetes electrónicos, pensaba que por que al fabricante no se le ocurrió meter en su tripita unas pilas para que su tambor sonara.
Sus colores se fueron apagando, su presencia ya no era bonita y el tendero pensó en deshacerse de él y dejar sitio para nuevos juguetes en las próximas Navidades, el payaso fue a parar al contenedor de la basura.
El pobre payaso estaba desolado entre cartones y desperdicios pensando que él no había podido hacer feliz a ningún niño y es para lo que le habían creado, ya nunca vería caritas ilusionadas y risueñas, su vida como juguete llegaba a su fin sin haber logrado su objetivo.
De pronto sintió que unas manos estropeadas por el duro trabajo le rodeaban su cuerpo y con mucho cuidado le limpiaban de toda la basura, con un esmerado cuidado lo envolvía en un trozo de periódico atándole con un lazo desvaído; el que así le trataba era un buen hombre que se ganaba la vida recogiendo cartones y no se podía permitir el lujo de hacer regalos a sus hijos en Navidad. Feliz e ilusionado fue a su casa con el payasito y así por una vez en su vida poder ver felices a sus hijos.
Se recibió al payaso mejor que en un circo, se celebro la Navidad con mucha alegría y mucho amor, se le busco un nuevo lugar al lado del portal del humilde Belén, junto a una oveja coja y un pastor manco pero era feliz, conocía la sonrisa de un niño y por una vez en su vida su tambor sonó para el niño Dios.
Este cuento fue escrito en 1992 para Aidán y pensando en todos los niños que solo quieren juguetes sofisticados, también los que son humildes hacen felices a los niños.
Mamá Carmina